2 Reyes 4:27
“Luego que llegó a donde estaba el varón de Dios en
el monte, se asió de sus pies. Y se acercó Giezi para quitarla; pero el varón
de Dios le dijo: Déjala, porque su alma está en amargura, y Jehová me ha
encubierto el motivo, y no me lo ha revelado”.
“El Señor me lo ha ocultado y no
me lo ha revelado”. Porque el Señor quería que él la dejara hablar para que ella misma se lo contara y vertiera
todo lo que tenía dentro. Le dijo a su sirviente “no sé, no puedo saberlo todo
y si el Señor no me habla, lo digo claro, no lo sé, tengo que esperar que ella
venga y me cuente lo que le pasó para venir hasta aquí, lo único que sé es que
está muy triste pero ignoro el motivo: podría ser ¿qué? Una desgracia, pero
¿cuál? Lo que sí está claro que Dios lo que desea es que yo la oiga”. Y esperó pacientemente que
llegara sin adelantar los acontecimientos y le oyó reproches y cómo lo hacía culpable de su dolor, olvidando el bien
que él le había hecho y culpándolo por ese bien, el niño. Entendía que un hijo
dado por Dios, por pura gracia, sin solicitarlo, no podía enfermarse y morir, y
sin embargo fue así. Le echó la culpa por haber perdido su bendición. Y el
profeta pacientemente la escuchó sin replicarle ni una sola palabra ni
reprocharle o exhortarla por nada porque sabía que estaba hablando con mucho
dolor sin saber lo que le decía y como no tenía solución para su desgracia lo
único que trae dentro son lamentos y reproches y dio el largo viaje, si no con
alguna esperanza de solución, al menos para desahogarse. A Eliseo todo le iba
muy fácil en su ministerio. Tenía el doble de poder que Elías. Sin embargo
aprendió a (1) oír a sus ovejas, (2)
recibir de ellas tanto atenciones como ingratos reproches, y a (3) estar al lado de las que sufren, orar
por las bendiciones que han perdido y si es posible ayudarlas a recuperarlas.